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Ambos jóvenes iniciaron sus estudios artísticos en Mazatlán, y en esta noche de primavera porteña mezclaron sus talentos para ofrecer un repertorio que fue de la armonía, a la añoranza, de la exaltación al ensueño y de la elegancia a vivaces sonidos de carácter popular.Piano Sonata No.9 in D major, K.311, de Wolfgang Amadeus Mozart fue el desafió con el que el joven maestro Rivera abrió la noche a través de tres movimientos que mostraron su destreza al piano.
La clara y profunda voz de Natalia descendió sobre el público para imponer una sutil atmósfera a través de Laudate Dominum, de Mozart, y O Komm Im Traum, de Franz Liszt.
Por segunda ocasión en solitario, José Miguel interpretó Nocturno en F sostenido M, de Fréderic Chopin y Valle d Oberman, de Liszt, piezas en las que Rivera volcó una enorme energía por la desbordante pasión de ambas composiciones.
Posteriormente, la calma, un espíritu etéreo, se asentó de nuevo en el Museo de la Música con la voz de Natalia Rivera interpretando En Sourdine, de Claude Debussy, y después, José Miguel continuó en solitario con una de las obras más celebres de este compositor francés, Clair de Lune.
Como cierre del concierto, José Miguel Rivera interpretó el alegre Joropo venezolano, de Moisés Moleiro y como remate, ambos artistas interpretaron El Majo discreto, de Enrique Granados.

Éste artículo fue publicado en Prensa. .

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