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Dirigidas por Jorge Gorostiza, las actrices dieron vida a tres mujeres surgidas de la imaginación del dramaturgo Humberto Robles que exponen las creencias, experiencias, emociones y expectativas del sexo femenino en una serie de monólogos chuscos que desternillaron a hombres y mujeres por igual.“Lupita”, una abnegada y solitaria ama de casa habla sobre su limitada educación, su infinita labor en el hogar y su tortuoso matrimonio como si se tratara de algo normal. Su perspectiva está formada por un mundo de novelas, revistas y chismes de barrio, para ella el sexo como placer es pecado y considera que lo más importante, que su papel en el mundo, es el de esposa y madre.
La actriz Ángela Camacho realizó una estupenda labor al meterse en la piel de una “mujer de barrio”, de una “doña fodonga”, y desde este estereotipo dobló de risa al público con su lenguaje coloquial, ocurrente y patético.
“Thelma” una pícara y cínica prostituta habla abiertamente de lo fundamental que es su oficio para la humanidad: da sosiego a los insaciables hombres, ayuda a los confundidos a encontrar su orientación sexual, libera a quienes sólo conocen una relación formal, ofrece a las mujeres la libertad de gozar de regalos y aniversarios sin las molestias del sexo, e incluso, sus servicios tienen fines terapéuticos.
Dunelí Bastidas encarnó a esta desempachada mujer de la vida alegre que recalcó que su trabajo, que su papel como mujer, era el más complicado de todos, ya que el placer siempre estaba combinado con presiones económicas y de salud.
“Patricia”, una joven intelectual no comprende cómo con su preparación es incapaz de tener una pareja que la lleve al altar. Argumenta que su éxito financiero va en contra de la visión machista de que el hombre debe siempre ganar más. Pese a tener modelos de vida como Sor Juan Inés de la Cruz o Marie Curie, se humilla en relaciones sexuales con “pubertos”, divorciados e incluso ha pensado en la homosexualidad.
La actriz Gina Ovalle interpretó con gracia y agudeza los remilgos, fantasías y frustraciones de este personaje que pese a tener una enorme capacidad intelectual, seguía creyendo que su realización radicaba en tener a un hombre a su lado.
Tras el intermedio, cada una de las mujeres regresó al escenario para contar cómo les había ido al cabo de algún tiempo, y ¡vaya sorpresas!: “Lupita” fue abandonada por su esposo, quien se fue con una adolescente, y no le había quedado más remedio que irse como secretaria y vender productos por su cuenta.

Éste artículo fue publicado en Prensa. .

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