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Como ya es costumbre, Jorge Echeagaray ha vuelto a esforzarse para crear un concepto atractivo y refrescante para acercar a públicos más amplios al exquisito, riguroso e intenso universo de la ópera. En esta ocasión entre camisas beisboleras y futboleras, carteles, máscaras de lucha libre e irreverentes frases como “Ando hasta la madr…” los artistas confeccionaron un programa musical con arias, zarzuelas y boleros en el que público cantó, rio, pidió a los artistas que subieran la voz e incluso, cometió “el pecado” de aplaudir antes de que los temas concluyeran. El repertorio operístico estuvo representado por piezas como “E lucevan le stele”, de la ópera “Tosca”, de Giacomo Puccini, en donde Echeagaray exhibió su potencia vocal y la gran entrega y concentración que el género requiere; mientras que Alba Cecilia Rivera ofreció algo poco frecuente en la interpretación operística del puerto: una presencia auténtica y natural en la entrañable “O mío bambino caro”, de la ópera “Gianni Schicchi”, también de la autoría de Puccini. Lo inusual en esta parte del espectáculo fueron sus atuendos, más cercanos a los de una estrella pop que a los de las divas… y divos de la ópera.
Sin embargo, los artistas fueron fieles al nombre de este recital y en la sección de zarzuelas la desfachatez y simpatía creció en base a la complicidad que existe entre ellos, algo que los llevó a interpretar con auténtico goce y picardía los duetos de “En mi tierra extremeña” de la zarzuela “Luisa Fernanda”, de Federico Moreno Torroba; y “Torero quiero ser”, de “El gato montés”, de Manuel Penella Moreno.
La canción mexicana reinó en la parte final de “Ópera sin glamour” con “Granada”, de Agustín Lara; “Dime que sí”, de Alfonso Esparza Oteo; “Júrame”, de María Grever o “Perfume de gardenia”, de Rafael Hernández Marín, en donde Jorge Echeagaray llamó por teléfono a su madre para dedicarle la canción ante el aplauso y risas de su auditorio.
Si bien “Ópera sin glamour” renunció a las formas de una género perteneciente a la “alta cultura”, en ningún momento perdió el enfoque técnico, la emotividad y fuerza que éste demanda; los artistas lograron una auténtica complicidad con el público y esto se vio reflejado en cuatro temas extra que Jorge Echeagaray ofreció (entre ellos “Tragos de amargo licor”, inmortalizada por Ramón Ayala) a manera de “probete” del espectáculo “Los tenores del norte”, que dentro de poco planea ofrecer con el apoyo del Instituto de Cultura de Mazatlán.
La despedida de los artistas fue un atronador aplauso que dio a esta &ld

Éste artículo fue publicado en Prensa. .

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