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Fue en 1991, cuando después de tocar a dos pianos con su hijo Daniel Emilio Villegas, el maestro decidió que era suficiente, que la disciplina y genio de su hijo hacían de él un dignísimo portador de la antorcha musical que por años había creado.Con entereza y pasión, el maestro Villegas demostró cómo el arte moldea la vida de un hombre, le permite cosechar profundas satisfacciones y darle, a sus 75 años, otro triunfo, uno que pudo compartir con su señora, que pese a los percances, estaba allí, con él, en la hermosa noche de su regreso.
Con humildad, el artista señaló que en su regreso, el programa estaba diseñado para volver poco a poco a la fluidez y precisión que lo llevaron a dar conciertos por toda la República Mexicana; pero sobre todo, para crear una atmósfera de intimidad, un vínculo con el público a través de la música, y también, de la sabiduría, de la necesidad de hacerlos entrar al mundo de cada compositor y de sus obras con algunos comentarios.
Las Sonatas, Longo 23 y 28, de Domenico Scarlatti, pintaron dulces y agradables colores que, señaló Villegas, fueron creados por el compositor italiano durante su estancia en España. Después en Variaciones sobre un tema infantil, de Wolfgang Amadeus Mozart, el maestro señaló que esta pieza era un ejemplo de la inmensa capacidad creatividad del genio de Salzburgo al tomar un tema infantil como Ah! vous dirai-je, Maman (¿Estrellita dónde estás?) y crear doce espléndidas improvisaciones, técnica que en Siglo 20 el jazz llevó a su máxima expresión.
Llego el turno del polaco Frédéric Chopin, a quien Villegas calificó como el compositor que mejor había logrado capturar los sentimientos más íntimos del ser humano. El maestro ofreció una atmósfera profunda, nostálgica y de hermosísima intensidad con el Nocturno Op. 9 No 1, que empapó al público de la gran pasión y admiración que tiene Villegas hacia este genio romántico. Posteriormente, llegó el turno de la Polonesa Op. 26 No.2, que Chopin creó poco tiempo después de llegar a Francia, y en donde plasmó el amor a su patria, Polonia, cargado de notas que van de la alegría al furor y la rabia.
Del húngaro Franz Liszt, Villegas retomó dos temas, Un suspiro y Leyenda, San Francisco de Paula, sutiles  y también intensas composiciones en las que el pianista imprimió velocidad y energía para poder ejecutar las exigentes notas de un compositor total, que, señaló el artista, sabía exprimir al máximo todo su instrumento.
Llegó el turno de los compositores mexicanos, representados por Manuel

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