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El Teatro Ángela Peralta se engalanó con la presencia de una compañía compacta y perfectamente estructura en cuyo trabajo supieron conjuntar iluminación, música, vestuario, danza, performance, dramaturgia y un excepcional uso de recursos escénicos para hacer de esta noche una de las mejores en la presente edición del máximo encuentro de danza contemporánea en el Noroeste del País.Virginia García, bailarina y dramaturga, abrió la pieza con un baile en solitario girando en torno a un piano ubicado al centro del escenario.Gradualmente, su sombra se convirtió en su compañera, ofreciendo lo que sería el primero de muchos recursos estéticos que el equipo artístico de La Intrusa llevaba bajo la manga.
A los pocos minutos, se incorporó a escena Clara Peya, ambas empezaron a tejer un hilo de tensión que crecería al paso de los minutos y alcanzaría su máxima expresión con el arribo del bailarín Damián Muñoz. En ese momento, comenzó el sutil y profundo juego de luces que la compañía española tenía preparado que al mezclarse con la poderosa y evocativa interpretación al piano por parte de Peya, dio al espacio escénico una dimensión nueva y hermosa.
Poco a poco la fuerza desplegada por ambos bailarines derivó en una especie de juego, un estira y afloja, serie de pequeños conflictos que estallaban y encontraban instantes de calma que culminaron en una tregua momentánea cuando la pianista lanza un pañuelo blanco y ambos se dan la mano. Pero no duraría mucho.
En busca del equilibrio
Entregado en tratar de frenar la intensa e irrefrenable fuerza del piano, el hombre deja a su compañera, un momento que invitó a la sorpresa e incluso a la risa por parte del público al ver la lucha sin cuartel, y sin éxito, del fornido bailarín contra la frágil pianista.
En ese momento, Virginia García se fue al lado del escenario y regresó con un micrófono, cuyo cable estaba en absoluta tensión, para explicar lo que ocurría: ambos amantes vivían en el “toma y daca” en golpear sutilmente y regresar el golpe, él era como un edificio quemado que, sin embargo, conservaba su compostura, estaba lleno de buenas intenciones que no llegaban a más.
Clara Peya deja el piano y entrega un WokiToki a García, allí, ella parece dirigirse a sí misma, y revela que lo que busca en esa relación, en ese trance, es algo intenso, una fuerza que desgaste, una tensión, un fuego que consuma.
De nuevo

Éste artículo fue publicado en Prensa. .

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