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Niños, jóvenes, hombres y mujeres, mexicanos, canadienses y estadounidenses ocuparon sus asientos para que en punto de las 20:00 horas, el Ángela Peralta se sumiera en la oscuridad y se rindiera ante la luz del suave, cadencioso y majestoso sonido de Pavana, del compositor francés Gabriel Fauré, una exquisita forma de inaugurar la noche.Posteriormente, el Concierto de Branderburgo No 5, de Johann Sebastian Bach, convirtió el ambiente en un tapiz barroco  a través de la sección de cuerdas, y de forma especial, en los sonidos del violín de  Nina Farvarschuk, la flauta de Raúl Garza y David Pérez al órgano, que configuró el instrumento para reproducir los sonidos del clavicémbalo, instrumento de gran uso durante los siglo 17 Y 18, en el cual Bach fue un reconocido virtuoso.
Tras el intermedio, la Camerata recibió la presencia de la mezzosoprano culiacanense Mariela Angulo, que entonó las letras del poeta Friedrich Rückert , en los Kindertotenlieder (Canciones de los niños difuntos), del compositor alemán Gustava Mahler.
En ese momento, el aire se enrareció, una gama de emociones oscuras fueron proyectadas por Angulo desde su rostro, desde el canto hondo y fúnebre, desde los claroscuros que formaron la flauta, el vibráfono, el marcado acento del contrabajo, violas, violines, violoncellos que gemían, clarinetes, oboe, trombón, todos fundidos en una melodía de ira, angustia, tristeza y una débil luz ante la trágica pérdida. Un momento que erizó la piel, encanto que fue roto con el silencio, el aplauso, el reconocimiento del público para la cantante y los músicos.
El repertorio continúo con una breve pieza de Mahler, Adagietto, en esta ocasión, una atmósfera de reposo, armonía e intensa melancolía hizo que los nubarrones del tema anterior se despejaran lentamente para abrir paso al cierre de la noche.
Tango, del mago ruso Ígor Stravinsky, hizo que la picardía y el goce, los dulces y atrevidos ritmos de la emblemática música argentina, imprimieran calor al público con las percusiones sobre los violines, violoncellos y contrabajo, en el rasgueo de cuerdas; tanta fue la alegría que algunos niños, sentados en primera fila, se pusieron a mover sus hombros y cabezas, a bailar en forma de juego, demostrando que la música tiene un poder hipnótico y que no es necesario entenderla, sólo vivirla.
El público agradeció con un fuerte y sincero aplauso el carrusel de emociones que la Camerata Mazatlán, dirigida por el maestro Pércival Álvarez, les ofreció en esa breve noche de primavera.
 

Éste artículo fue publicado en Prensa. .

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