Antes de la presentación, Claudia Lavista, directora de la Compañía Delfos Danza Contemporánea, señaló la importancia que la participación del público tendría en este espectáculo, un proyecto que nació en 2012, que ha crecido a través de una serie de residencias que Carrum y Rodríguez han realizado en México, Colombia y Francia y que en Mazatlán ha sido apoyado por el Instituto Municipal de Cultura, Turismo y Arte de Mazatlán.Un pequeño cuadrilátero blanco, con cuatro gradas a su alrededor, fue el espacio desde el que Omar Carrum, miembro de Delfos y director Académico de la Escuela Profesional de Danza de Mazatlán y Vladimir Rodríguez, bailarín colombiano y director de la compañía Cortocinesis, crearon un momento de intimidad y complicidad desde el primer momento, ya que, al presentarse en escena con unas cartulina que llevaban escritos sus nombres, la audiencia debía a elegir a uno de ellos para iniciar.
Rodríguez fue el ganador, y acompañado por música clásica desarrolló una serie movimientos a manera de trazos, de escritura corporal, guiándose por el ritmo de la melodía, pero también por lo que el momento le iba dictando. Posteriormente, Carrum saltó al escenario para desplegar una danza plagada de vigor y gracia acompañada siempre de miradas al público para que esta conexión dictara la emotividad que podía imprimir a su escritura.
En la tercera pieza, ambos bailarines crearon un momento de asombrosa armonía, una secuencia en la que los ritmos musicales, las pausas, los sonidos de sus respiraciones y el contacto entre sus cuerpos los coordinaban y transformaban constantemente, pasando de la gracia a la violencia, y del juego, al vacío.
A través de sutiles cambios de escenografía, marcados por el uso de la iluminación a cargo de Claudia Lavista, y por una selección musical que brincó de Mozart y Vivaldi a Alex Smoke o Tom Waits, “Escrito Absurdo” sufrió una metamorfosis; de la danza se pasó al teatro, al performance, demostrando así el vasto panorama intelectual y artístico con el que está edificada esta obra.
Con una larga lámpara, una olla y un inodoro blanco, Rodríguez y Carrum crearon toda una escena en la que el público habría de elegir al intérprete que cerraría la noche. El ganador fue de nueva cuenta Vladimir, y en esta ocasión el colombiano tomó una botella de agua, la destapó y la bebió en lentos, pausados y crueles tragos ante la mirada incrédula de Omar y las descalificaciones del auditorio. Son los costos de una elección.
Sin hacer uno sólo movimiento, en silencio, la pieza se sumergió en un instante intenso, dramático, roto por el sonido de los obturadores