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Esta comedia de un sólo acto, contó con la dirección escénica del maestro Ramón Gómez Polo, y desde un inicio, el público fue introducido a otro ambiente gracias a la decoración: mesas, sillas, veladoras, vasos de agua y de vino, todo lo necesario para sentirse en el mesón en donde ocurren las peripecias de un peculiar triángulo amoroso.“Rita”, una ocurrente y cínica posadera, canta a los cuatro vientos la dicha de estar casada con un marido “bobalicón” y endeble después de haber sufrido el tormento de un matrimonio violento. Pero, en un primer e ingenioso giro de la situación, el público descubre que “Beppe”, el esposo de “Rita”, sufre del maltrato que la despechada mujer le propina día a día.
Haciendo alarde de las voces que los están posicionando como jóvenes promesas de la ópera nacional, Jéssika Arévalo y Andrés Carrillo interpretaron deliciosamente a una pareja en donde la intimidación y agresiones de la mujer mantienen humillado al hombre, escena que hizo reír a carcajadas al público que seguía atento la proyección de subtítulos que se mostraban sobre la pared.
Justo cuando “Beppe” atraviesa un momento de crisis, llega a la venta un viajero, “Gasparo”, quien al descubrir la marca de un golpe sobre el rostro del posadero, y escuchar de su propia voz el origen de la agresión, se siente obligado a compartir el infalible método que tanta felicidad le ha dado a su vida.
Enérgico y carismático, Esteban Baltazar destacó como un pícaro oportunista que señala que su técnica se llama “A la rusa”: para avivar el fuego del amor, hay que propinar, de vez en cuando, unos buenos golpes a la mujer para que ésta se entregue por completo al marido.
“Gasparo” afirma que con este sistema él vivió a plenitud con dos esposas, hasta que partió a la mar y, tiempo después, se enteró que su última pareja había muerto. “Beppe”, intrigado por el ortodoxo sistema, se siente en disposición de llevarlo a cabo, pero su valor se disipa cuando “Rita” lo encuentra hablando con el viajero, y, en un inesperado giro, la posadera reconoce en él a su “difunto” esposo.
Alternando diálogos y canto, “Rita” discurrió con velocidad, poniendo a prueba en más de una ocasión al maestro Andrés Sarré, que con un gran despliegue de energía ejecutó la alegre partitura de Donizetti.
Ambos, “Rita” y “Gasparo”, hacen un esfuerzo por no reconocerse, pero no contaban con la curiosidad de “Beppe”,

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