Volver arriba

La Casa Haas registró uno de sus mejores entradas durante la exhibición del cortometraje “Alma negra”, de la canadiense Martine Chartrand y del largometraje “Signos vitales” de la realizadora de la cineasta canadiense Sophie Deraspe.El primero, un filme animado, es un ambicioso, delicado y  sorprendente ejercicio estético en donde a través de la pintura, la música, la poesía se reconstruye la amistad del ingeniero jamaiquino Frank Randolph Macpherson y el cantautor Félix Leclerc.
En Quebec, Canadá de los años 30, una pequeña estancia en la que se contempla a los dos hombres, se transforma a través de elementos como piezas de ajedrez, guitarras, cuadros, un piano en el éxodo del Macpherson hacia  Norteamérica. Allí el jazz, el box, política, la historia de la raza negra en América se dibuja, florece, canta y se transforma en la historia de un solo hombre.
Este filme cautivador, mantuvo en vilo a los espectadores, haciéndolos pasar de una flor, a un lujurioso atardecer; de un rostro a un impetuoso río, del campo de algodón, al vértigo de la lucha por los derechos civiles, de la separación de razas, al amor, la amistad y el profundo respeto a la vida. Un magno atardecer radiante de color.
Después, el ocaso dio paso a la intensa oscuridad de “Signos vitales”. La imagen inicial, un anciano tocando una guitarra eléctrica, ya hablaba de la fuerza, frescura y misterio del resto del largometraje.
Simone Leger, una joven que regresa de Estados Unidos a Canadá tras una estancia en Harvard, tiene un intenso encuentro sexual con Boris, su novio. Posteriormente, ella es notificada  que su abuela, Juliette, acababa de morir, dejándola como única heredera.
A partir de ese punto, el impulso vital de Simone se consagra a la muerte. Asiste como voluntaria en una institución de pacientes terminales, y su vocación y conocimiento del espíritu es tal que sabe con precisión cuál es la necesidad de cada paciente.
Jugar cartas, dialogar, darles medicamento, bañarlos, regalarles un cachorro, estimularlos sexualmente, empujarlos en su encuentro final con la muerte. Tras otro encuentro con su amante, el espectador descubre que la protagonista no tiene piernas, usa dos prótesis, producto de un accidente que sufrió en la infancia.
De esta manera, entre los impulsos básicos, vida/muerte, Martine Chartrand construye un relato con una fotografía fría, pálida, bañada por los paisajes gélidos de Canadá, y sobre todo, nutrida con imágenes naturalistas del cuerpo humano q

Éste artículo fue publicado en Prensa. .

Lo destacado