Resultado del esfuerzo mayúsculo del Instituto de Cultura de Mazatlán bajo la dirección de Raúl Rico González, esta grandiosa producción con un elenco de más de 180 artistas, tres cambios de vestuario, escenografía y diseño de iluminación, se presentó en dos funciones en el Teatro Ángela Peralta.Acogido por la calidez y el respeto del máximo recinto cultural que vivió dos noches de amor intenso, el director concertador Enrique Patrón de Rueda fue recibido con aplausos, y sin decir palabra, la disciplinada orquesta esbozó los primeros acordes de la obra del italiano Giuseppe Verdi, como preludio del encuentro de Violetta y Alfredo en el primer acto.
El Coro Guillermo Sarabia integrado por 37 voces ofreció una actuación convincente tanto en su desempeño vocal y escénico, al interpretar a un grupo de alegres burgueses reunidos en una fiesta libertina para cantarle al amor, el placer, al vino y a la recuperación de Violetta, afectada por la tuberculosis.
En la primera función de La Traviata, la joven soprano Angélica Alejandre puso a prueba su capacidad histriónica y demostró estar a la altura de los retos vocales y expresivos que exige un personaje tan complejo como Violetta.
En la fiesta Alfredo le confiesa a Violetta que está perdidamente enamorado de ella desde hace un año, cuando la vio pasar por primera vez, pero la joven lo rechaza y canta Ah, fors’e lui (Quizá sea él), planteándose a sí misma la posibilidad de dejar su vida de libertad sexual para corresponderle a su pretendiente.
En esta obra de Giuseppe Verdi estrenada en La Fenice de Venecia en 1853, la puesta en escena corrió a cargo de Oswaldo Martín del Campo que decidió revivir los locos años 20, al vestir a los personajes con sensuales vestidos de charlestón, lentejuelas, guantes, y señoriales trajes de caballero confeccionados por la vestuarista Elisa Espinoza y su equipo, para recrear los excesos y el ambiente decadente que reinada en las fiestas de la época.
La escena termina con un beso inesperado de los personajes, que dejó al público en ascuas ante el futuro incierto del resto de la historia.
El telón reabre tras quince minutos de intermedio. Pasan tres meses y la elegante escenografía del regiomontano Jorge González Neri, que simulaba una sala se transforma en una casa de campo rodeada por grandes y brillantes ventanales.
Aparentemente Violetta y Alfredo