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En “Teresa Urrea, del olvido y la memoria”, la actriz y dramaturga Lucía Zapien Osuna no solo narra una historia, la encarna, la invoca y la siembra en el corazón del público. El espacio escénico en Casa Haas se transformó en un territorio simbólico donde cada elemento –las flores, las velas, las hierbas y el agua– cobró un valor ritual. El escenario se volvió un altar y la escena, una ceremonia que no solo representaba a Teresa Urrea, sino que la hacía vivir.

 

Durante la función, el tiempo se volvió espiral. Teresa ya no hablaba desde el siglo XIX, hablaba desde un presente encarnado, desde la voz de todas las mujeres que han luchado, que han sanado, que han sido silenciadas y que, sin embargo, siguen creando historia. Las acciones escénicas, como levantar un guaje sobre la cabeza, regalar una flor al público o colocar con cuidado las plantas medicinales, no fueron meros gestos teatrales: fueron actos poéticos de afirmación y memoria.

 

A este entramado simbólico se sumó la presencia musical de Iris Belén Meza Suárez -intérprete de guitarra y chelo– que desde los márgenes del escenario tejieron un acompañamiento emotivo, respetuoso y profundo. La música no compitió con la palabra: la sostuvo. Fue como una corriente subterránea que conectó a Teresa Urrea con el corazón del público.

 

Más allá del relato biográfico, la puesta en escena estableció un diálogo con la realidad social de hoy. Teresa Urrea, mujer mestiza, curandera, sanadora y líder espiritual, fue también una figura política que se atrevió a cuestionar el poder desde lo más esencial: el cuerpo, la comunidad, la justicia. Su historia, casi borrada, encuentra en esta obra una plataforma para resonar con los movimientos actuales de mujeres que siguen exigiendo justicia, tierra, salud y dignidad.

 

El monólogo tiene la capacidad de articular lo íntimo y lo histórico, lo político y lo poético. El trabajo de Lucía Zapien Osuna trasciende la actuación, es un acto de recuperación cultural y un compromiso ético con la memoria. La Teresa que vimos en escena no es solo la del pasado, es también la de ahora, la mujer que no teme hablar, que cura con sus manos, que se enfrenta al sistema sin dejar de mirar con ternura.

 

Esta puesta en escena deja claro que Teresa Urrea no fue una figura menor en la historia de México. Fue una raíz. Y ahora, desde Mazatlán, esa raíz vuelve a florecer en escena para recordarnos que hay luchas que nunca terminan y que la memoria, como el arte, también cura.

 

Al final se dio paso a un breve conversatorio entre Lucía Zapien y el público, que conmovido expresó su gratitud por haber sido testigo de una historia tan poderosa y tan necesaria.

 

Muestra de unión y reconocimiento femenino

 

Un grupo de mujeres —algunas artistas, otras docentes, gestoras culturales y ciudadanas comprometidas— se reunió en un gesto espontáneo de reconocimiento y afecto hacia Lucía Zapien. Ese momento selló la noche con una imagen que habla por sí sola: la unión de un género que sigue haciendo historia desde diversos frentes de la vida cultural, social y educativa de Mazatlán.

Éste artículo fue publicado en Prensa. .

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