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La compañía Los Tres Tristes Tigres dio la bienvenida al público con los actores sentados sobre una banca y música flotando en el ambiente para, lentamente, tejer una atmósfera de candor y complicidad centrándose en los recursos más elementales: sus gestos, sus cuerpos, voces y la avalancha de emociones que el texto creado y dirigido por el propio Adrián Vázquez escondía. 
Para dar pie a la historia de “Wenses y Lala”, era necesario crear un vínculo con el público, y la ruptura de los límites entre actores y espectadores permitió que la presentación de Ricardo, Samuel, Vanessa e Isela, no sólo dieran confianza al tímido “Wenses”, sino que se convirtieran en elementos claves para revelar el arte de la improvisación de Teté y Adrián y desatar carcajadas.
 
Después, como una avalancha del espíritu, vino la historia de esta pareja norteña que,  ya muertos, narran sus orígenes, infancia, primer encuentro, pérdida de sus padres, reunión en un orfelinato, crecimiento, trabajo, romance, disgustos, matrimonio, hijos, la muerte de uno de ellos, la soledad, el asesinato de su hijo, la supervivencia a través de los nietos  y la reunión en el más allá.
 
Pero más allá de una enumeración de hechos, la magia de “Wenses” y “Lala” está cimentada en la fuerza magnética de los actores (que irradian simpatía y rabia, dolor y asombro, una tosca alegría y éxtasis poético con una autenticidad que se vuelve pasmosa); y en la dirección de Adrián Vázquez y su talentoso equipo artístico que construyen con orden y precisión un sin número de escenas y situaciones (incluyendo una fuerte crítica al sistema político mexicano) a través de una banca, luces y un trabajo paciente y apasionado que realmente conecta con la audiencia.
 
Carcajadas, lágrimas, palabras y hondos silencios movieron al Teatro Ángela Peralta en una obra que desde lo simple narró los avatares y dichas, lo grandioso y cotidiano que cualquier ser humano puede experimentar y que, desde su óptica, la muerte entregará como una fantástico caleidoscopio que en esta noche giró con acento de campo con el hermoso canto de Teté, la voz tosca y tierna de Adrián y los aplausos de Mazatlán que se rindieron ante una soberbia experiencia teatral. 
 

Éste artículo fue publicado en Prensa. .

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