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“Apúrate hay un chi… de gente”,   una parvada de jóvenes vuela tan pronto pasan el filtro de seguridad de la Avenida Zaragoza, al pasar el Monumento de la Continuidad de la Vida, mejor conocido como el Monumento de los Delfines, el Sábado de Gloria se satura con el olor de los puestos de comida y el arraigado aroma a sal que cubre la Glorieta Rodolfo Sánchez Taboada. 
A esta hora no se vislumbra allá, en lo alto de la escalinata del clavadista, la antorcha, el fuego que anuncia el espíritu intrépido de los hombres de mar que desafían a la muerte. Pero pronto habrá otros fuegos hiriendo el aire.
 
La Cueva del Diablo continúa alumbrada, el rostro rojo de Lucifer ha tenido un lugar privilegiado en la Semana Santa 2014 gracias a la bella iluminación que el Instituto de Cultura a través de su equipo de Operaciones y la experiencia del ingeniero Jorge Osuna,  le dio al otrora olvidado sitio, hoy lleno de flashes y sonrisas que posan a su lado.
 
Junto al monumento a José Ángel Espinoza “Ferrusquilla”, las notas roqueras del grupo La Rezaka reunían a un selecto séquito, legión eléctrica que no responde tan fácil al tronido de la tarola, pero que es presa fácil de un requinto de guitarra.
 
Como en días anteriores, sorprende ver en el Bandódromo a tantos niños y uno que otro anciano en sillas de ruedas. Ellos tienen su propia fiesta por calles y en banquetas, mientras, sentados a lo largo del malecón, cientos de padres, hermanos, tías y abuelos vigilan, con un ojo puesto sobre los nenes, y otro sobre el bote de cerveza.
 
El escenario del Monumento al Venado el Grupo Sihuey acaba de terminar su tanda, hay gente que espera con su cigarro en los labios que empiece a tocar la Banda Crucero, quieren zapatear, las mujeres no se engalanaron, no presumen sus aretes, maquillajes y escotes de a gratis, quieren lucirlos bailando.
En ese momento, de golpe, y prácticamente salido de la nada, un carro alegórico despeja la explanada gigante de Olas Altas. Al frente de ellos hay barullo, un grupo de niños juega con una pelota gigante que en un instante queda al filo  del malecón, y el otro balón rebasa la zona de los restaurantes, se abre paso entre las mesas y la algarabía se desata cuando un niño toma esa esfera, más grande que él, y corre como desaforado hacia el Monumento al Escudo con un grupo a sus espaldas pidiendo que suelte la pelota.
 
En el carro alegórico, sentados al frente, dos conductores, Juan Manuel Flores Vázquez, y Karla Jaqueline Aguirre Juárez, del Instituto de Cultura de Mazatlán, piden a la gente sonreír, ya que están en Mazatlán y a sus espaldas un grupo de bailarines y bailarinas se contonea para regocijo de las pupilas.

Éste artículo fue publicado en Prensa. .

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