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Danza, canto, música y una portentosa escenografía exaltaron y alagaron a los asistentes que revivieron el colorido, apasionado y polifacético espíritu mexicano a través de un ameno y exquisito programa.La Camerata Mazatlán, encabezada por el maestro Percival Álvarez; el tenor Andrés Carrillo, la soprano Penélope Luna, el Ballet Folklórico del Instituto de Cultura de Mazatlán y el grupo Marimbatlán desbordaron una serie de números musicales que dieron inicio con “Homenaje a García Lorca” del compositor Silvestre Revueltas.
Enigmática, alegre y empozada en el inconfundible estilo estridente e impredecible del duranguense, la pieza rompió con la expectativa de las piezas tradicionales de carácter patrio.
Posteriormente, los colores y el sentimiento dieron un abrupto giro con tres piezas de marimba a cargo de la agrupación porteña Marimbatlán. El sur de México brotó en su dulzura ancestral con “Aunque me lleve el diablo”, de Norberto Nandayapa, “La llorona” y “La sandunga”, la presencia del bellísimo Estado de Oaxaca fue evocada a través de los complejos y desbordantes vestidos que las bailarinas y bailarines del Ballet Folklóriko del Instituto de Cultura de Mazatlán portaron durante esas melodías.
“El vals Alejandra”, de Enrique Mora, una de las máximas creaciones musicales que Mazatlán ha entregado a México y el mundo, fue ejecutada con la elegancia y gracia inherentes a esta pieza por los músicos de la Camerata Mazatlán, y de nueva cuenta, tres bailarinas del Ballet Folklóriko utilizaron vestidos de la época (Siglo 19), que dejaron pasmada a la audiencia.
Los briosos compases de “La Marcha de Zacatecas” de Genaro Codina, y el corrido “Las bicicletas” de Salvador Morlet, instalaron el alegre impetuoso, vivaz y triunfal ambiente de la revolución en una de las interpretaciones más aplaudidas por los asistentes, que estuvo acompañada por bailes de cinco parejas ataviadas con un vestuario norteño.
Para cantar dos de los temas más emblemáticos del ramaje musical de México, el tenor Andrés Carrillo portó un elegante traje de charro, y haciendo alarde de un espíritu enamorado y bravío entonó “El Cielito lindo” de Quirino Mendoza y Cortés, y “Guadalajara” de José Guizar. Allí un grupo de bailarinas con los vestidos más coloridos de la noche formaron bellos cuadros que recordaron las flores y los cielos teñidos del país.
Posteriormente, dos de las máximas creaciones del repertorio clásicos nacional inundaron el legendario recinto teatr

Éste artículo fue publicado en Prensa. .

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