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Como en grandes obras a lo largo de la historia, la soledad y la tristeza son dos experiencias que, canalizadas de forma correcta, pueden crear expresiones enternecedoras; lo mismo sucedió con En tercera persona que mostró la penumbra de un alma afligida, un personaje que pareciera estar encerrado en un cuarto con los demonios de su mente. Tal vez, el bailarín Francisco Córdova trataba de congelar el tiempo: darle una explicación al revoloteo que su personaje tenía en la cabeza debido a la escenografía: cuatro sillas que parecían no tener cabida en el escenario… hasta que las juntó para crear una especie de ventana con la que se encontró a otras tres partes de sí mismo.
La pieza terminó con los cuatro bailarines y dos invitados del público desapareciendo lentamente en la oscuridad. Los aplausos no se hicieron esperar y, conmovidos por la pieza, algunos asistentes se alzaron de sus asientos para despedir a los artistas con mayor respeto.
 

Éste artículo fue publicado en Prensa. .

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