Cárcel, pobreza, abandono, desilusión, decepción, maltrato infantil, violencia física, psicológica y muerte se reproducen como hongos en el monólogo “El Hijo de mi padre”, escrito, dirigido y actuado por Adrián Vázquez.
A través de esta estrujante pieza capaz de llevar al extremo el ánimo y las emociones del público, el histrión interpreta a Maxi (Chimino) un adulto que empieza a recordar su infancia azotada por la violencia y demuestra la grandeza de su formación actoral al interpretar él solo, a 22 personajes.
Adrián Vázquez miembro de la compañía Los Tristes Tigres traslada al público hasta la ciudad de Tijuana de los años 70,s y logra recrear el ambiente hostil que se vivió en sus barrios “bajos”.
El monólogo exhibe el grado de descomposición social que se vivió en aquel tiempo y que aún prevalece en el país en distintos sectores de la sociedad “no solo en los barrios bajos” donde creció Chimino.
Una nueva casa en las afueras de Tijuana con techo sin terminar, paredes sin enjarre, baño de letrina, piso de tierra en una colonia sin calles (las calles son los surcos que van dejando las llantas de los carros en la maleza) y un cerro como campo para el juego infantil, es el escenario en el que se desarrolla “El hijo de mi padre”.
La historia estruja al público con una realidad tan avasallante… degradante, como real y dolorosa de niños que se entretienen con el juego de “policías y ladrones”, juegan a matar, se arrojan escupitajos “para ver quien gana”, sueltan golpes hasta que sangre el adversario, asfixian y cometen violación sexual como métodos de control y de dominio entre las pandillas.
“¡Ábrete!, ¡Vamos a pegarnos un tiro!, ¡Mátalo!, frases que aparecen en el lenguaje de niños desde los seis años y exhiben el grado de degradación social que se vivía en Tijuana desde los años 70´s, la época de los cholos, una realidad que lejos de contenerse se ha expandido en el País.
En el quinto día del Festival de Teatro “Escena Mazatlán 2023” , El Hijo de mi Padre” cimbró fibras sensibles no solo por llevar a escena una realidad dolorosa que refleja el alto grado de descomposición social, sino porque expone cómo la violencia comienza a escalar de manera sutil entre la niñez a través del juego, pero también ante el acoso, el abuso y el maltrato de sus propios padres y personas de su círculo más cercano.