Desde un inicio, la escueta escenografía, un delgado rectángulo con luces led, una silla y la presencia de los protagonistas (él de frente, con un casset de música en mano; ella de espaldas, con un entallado y corto vestido) impusieron la sensación de que algo estaba a punto de estallar.A los pocos minutos, la historia de “Richard”, el titiritero y “Valentina”, su marioneta, queda al desnudo: él la toma de un tirante y en una serie de agresivos giros la deja al desnudo para revela la relación de abuso de poder entre ambos.
La energía de los actores quedó expuesta en una exigente labor de malabarismo de ambos con cintas métricas, estambres y carretes para agudizar la idea del viciado vínculo entre ambos: dependencia, manipulación y mentiras que pueden constituirse como los pilares de cualquier relación humana que alcanzado los niveles más enfermizos.
Estos elementos quedaron al desnudo en los diálogos afilados, cínicos y, a la vez, velados, que exponían la crueldad, el miedo, la tortura y la creación de expectativas y deseos en la persona “amada”. Con gritos, chillidos, susurros y conversaciones dislocadas, los protagonistas agotaron las posibilidades expresivas de sus cuerpos al emitir voces en la boca del otro, al hablar a través del cuerpo de la pareja, y al montar auténticos actos circenses con sus juegos de cuerdas.
El pasado de ambos se va desgajando en una avalancha que alcanza a un frenesí de violencia que en un inicio hizo reír a los mazatlecos con esa risa nerviosa que da salida a lo tremendo que se está presenciado, y que fue apagada en seco por un escupitajo que sonó por todo el Ángela Peralta.
Sin embargo, nada en “Umbilical” resultó gratuito. Desde el desnudo a la violencia, cada elemento del trazo escénico soporta el universo de locura y fragilidad, de engaño y miseria creado por Viqueira y que desemboca en emociones que van de la alegría a la angustia, de la reflexión a la depresión, de la ira a la impotencia.
Un monstruo que expone la compleja madeja que el ser humano carga en sus vísceras y en su espíritu, un monstruo creado por el ardiente e insaciable poder creativo de los actores, que, en una de las escenas finales, alcanzó su máxima expresión cuando el escenario del Teatro Ángela Peralta se abrió inmenso y desnudo para dar luz a la máxima tragedia de los protagonistas: la muerte, la separación, la ruptura de las ataduras.
“Umbilical” sometió la atención del público de principio a fin, el vértigo de las acciones, la agudeza de los diálogos, lo extenuante del universo emocional de los personajes estremec