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Si la plasticidad sonora del “Concierto en Re para orquesta de cuerdas” de Igor Stravinsky dio la impresión de que un depredador se pavoneaba violento o delicado sobre violines y chelos; el “Concierto para trombón alto y orquesta de cuerdas” de J.G. Abrechtsberger le advirtió al público que lo impredecible dominaría la función, y que sus cuerpos y espíritus entrarían a un viaje inolvidable.En los tres movimientos de esta pieza, el trombonista David Pozos recordó con su rostro y mirada, que, a veces, el gran arte nace del dolor: sonidos delicados brotaron del metal y labios gracias a un esfuerzo notable del músico texano que se convirtió en el centro de un cuadro lleno de armonía y equilibrio.
Luego, en una hipnosis colectiva, los músicos ejecutaron el “Concertino para corno y orquesta de cuerdas Op. 45 No. 5 del compositor sueco Erik Larsson, teniendo como principal artífice al cornista Mauricio Soto, que, entre momentos de vivacidad, extraños ecos que tejieron un ambiente surrealista y hondos paisajes de delicadeza desarmaron a la audiencia.
Después del intermedio llegó “Intermezzo de Cavalleria Rusticana” de Pietro Mascagni que dictó la parte dramática del concierto y dejó que de los corazones del público brotaran imágenes conmovedoras desvanecidas con los aplausos para luego entrar a un largo silencio. 
Crujió la madera del escenario bajo el peso del enorme piano Steinway & Sons negro. Los músicos ampliaron su campo de acción y leves luces guindas recibieron al trompetista Mauro Kuxyippijy Delgado y a José Miguel Rivera quien tomó asiento frente al colosal instrumento para navegar por el “Concierto para piano, trompeta y orquesta de cuerdas No.1” de Dmitri Shostakovich.
Rivera cambió. De su serenidad vino un tumulto, rabia, coraje, alto voltaje de sus manos que en los ojos y cuerpos suspendidos del público cabalgaron sobre instantes de exquisitez, arrebatos de exaltación e ímpetu y pausas de honda melancolía que violas, violines chelos, oboe y el brillante color de la trompeta le arrancaron de golpe todo trazo de solemnidad y formalismo al evento para dejar a mujeres, hombres, niños y ancianos al borde de sus asientos y luego estallar en gritos de bravo y aplausos.    
El público permaneció sentado. Los músicos de la Camerata Mazatlán, dirigidos por el maestro Percival Álvarez, ya habían dejado el escenario y en los espectadores las emociones provocadas por la tormenta musical siguieron intactas.
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Éste artículo fue publicado en Prensa. .

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