Colgado de pies y vendado del cuerpo, el hombre, cabeza y brazos extendidos hacia el suelo, comienza a narrar su propia muerte. Junto a él, se proyecta el fuego ardiente, tan ardiente que le quema la piel.
La oscuridad envuelve la escena…minutos después el hombre baja de su calvario y comienza a describir lo que fue su vida, desde su nacimiento hasta que decidió torcer el camino, buscar el dinero fácil, brincar la ley, incursionar en el mundo de las drogas y morir acosado por ráfagas de fuego ardiente en una noche sin luna.
En su sexto día la XII edición del Festival de Teatro “Escena Mazatlán” presentó: Tártaro. Réquiem de cuerpo presente por el niño que aprendió a matar, montaje del Colectivo TeatroSinParedes.
El monólogo dirigido por David Psalmon, interpretado por el actor Bernardo Gamboa ofrece una reflexión (investigación) sobre el narcotráfico y con un lenguaje crudo y poético a la vez, expone como ha socavado a la sociedad a través de la irrupción de cada vez más jóvenes en las filas del crimen organizado.
El título: Tártaro, según la mitología romana es un lugar profundo y oscuro conocido como el inframundo a donde se enviaba a los pecadores; quizá por eso el personaje no deja de aludir al sol con un lenguaje poético: ¡El sol es un beso de plomo en medio de una cantina vacía!…¡El sol es un reflejo en la alberca de mil colores!.
Quizá buscaba que la luz del sol iluminara su camino cuando el aire se hizo carbón y la lumbre fundió su pellejo esa noche oscura, en la que sintió el frío hasta la médula de los huesos.
En esta obra escrita por Sergio López Vigueras – Premio Nacional de Dramaturgia Joven Gerardo Mancebo del Castillo 2017- , el histrión narra la historia de un futuro sicario y acompaña la narrativa con música y cantos eclesiásticos, narcocorridos, símbolos religiosos e impactantes proyecciones audiovisuales.
El drama sube de intensidad cuando el personaje central es alcanzado por las ráfagas de una metralleta y muere como muchos jóvenes en medio de una lucha encarnizada por el control de la plaza.
A partir de su muerte, empieza a descender hacia el Tártaro y a transitar por experiencias que marcaron su vida: Desde que salió del vientre materno, la agonía de su madre provocada por extenuantes jornadas de trabajo, su adolescencia y adhesión a las filas del narcotráfico, como se hizo halcón, distribuyó “perico” y luego se convirtió en jefe de plaza.
Momentos dolorosos marcaron su vida como aquel día cuando unos hombres “levantaron” a su hermana Águeda.
En el ocaso de la historia, en medio de un campo de relámpagos sin fin, una ráfaga de fuego atraviesa su cuerpo en medio de la oscuridad, la luz de las ráfagas encienden la noche y gritos desesperados se pierden en la nada.
El final se acerca. La música sacra sube la intensidad del drama, un cuerpo inerme se funde a la oscuridad de la noche y se suma a todos los cuerpos que hacen de este llano un lodazal de carne, polvo y sangre.
En el último aliento, no hay más allá, solo este instante, sin placer, ni dolor, sin odio, ni amor, sin bien, ni mal, solo la muerte que empezó en el vientre de su madre, su única vida se hace la luz y reconforta saber que al final ve la claridad y encuentra la calma.