Desde lo más alto del teatro, dos maestros de ceremonias daban grandes voces para anunciar el inicio del festivo alboroto que tenían preparado, y en ese momento, una lluvia de juegos artificiales elevó la mirada de los espectadores para salpicarla de rojos, verdes y amarillos.El público que abandonaba la sala del teatro, aún resplandeciente ante la espléndida actuación de Héctor Bonilla y su hijo Sergio, se dejó guiar por el más pequeño de la compañía circense, un bebé que vestido como arlequín, y con globos atados en la cintura, empezó a gatear sobre el lobby hasta llegar hasta una joven tamborilera.
Afuera, la fiesta ser armó en grande. El grupo de gitanas, tamborileros, payasos, arlequines y contorsionistas ofreció pequeños números de música, baile y circo que aderezados con picardía crearon un pequeño carnaval la noche del miércoles.
Para redondear la velada, la ruidosa caravana jaló a algunos espectadores para que fueran parte de su alocado elenco y posteriormente corrieron hacia la Plazuela Machado para llegar al kiosco y desde allí entonar un alborotero coro con el que se despidieron de su fiel audiencia.
Este festivo pasacalles fluyó bajo la dirección del actor y director teatral, Alfredo Vergara.